sábado, 11 de febrero de 2023

 

HICE DE MAESTRO.


Apenas me había graduado de bachiller cuando una vecina me pidió que le hiciera la suplencia durante su permiso pre y post natal.
Pensando que sería algo fácil acepté complacido el hacer de maestro.
Era una escuela rural ubicada en el caserío las dos bocas del municipio Jiménez, justo en la vía que conduce a San Miguel.
En ese pueblo trabajaba mi hermano en calidad de telegrafista, así que tenía residencia segura y cada mañana como cualquier maestro rural me instalaba a primera hora a la salida del pueblo a esperar la necesaria cola.
Recuerdo que el primer día de clases al salir a esperar la cola, un señor de una camioneta se detuvo a recogerme a pesar que yo era un desconocido. Suerte de principiante.
En el pueblo me enteré que el señor se llamaba Juan Peralta y que era el dueño del autobús del pueblo, era tal su mística de trabajo que si su madre estaba en la parada y el pasaba en su camioneta, se detenía, no para montar a su progenitora, sino, a darle el pasaje para que ella le pagará al colector, así se aseguraba que nadie, absolutamente nadie dejara de pagar su pasaje, pues si hasta la madre del dueño pagaba, no había escapatoria.
En aquella escuela debía atender los primeros tres grados, así que recordé la estrategia de mi amada maestra Isabel, ella dividía la pizarra en dos y le colocaba la tarea a segundo y tercer grado, mientras iba atendiendo personalmente a los de primero.
Yo provenía de la vieja filosofía de que "la letra con sangre entra" así que lo que había que poner era carácter y disciplina.
Luego entendí que sin amor, el rigor no surtía efecto.
Cuando la vida me llevó a un salón de clases universitario, puse en práctica aquella dualidad de amor y rigor, los resultados no se hicieron esperar y sé que cada uno de mis alumnos donde sea que se encuentren guardarán un grato recuerdo de mi presencia en sus vidas, pues siempre me veo como un compañero de aprendizaje, que viene a dar y recibir conocimientos.
 Aún en el  mal llamado "nivel superior"  refresco en mis compañeros los valores morales de responsabilidad, honestidad, solidaridad y compromiso con el que me formaron mis primeros maestros.
Hoy sigo convencido que el maestro que enseña desde el amor, siempre logrará sus objetivos académicos y dejará una huella indeleble en sus discípulos.

Autor: Gustavo Antonio Rosendo Orozco, el Poeta de La Vega. Desde Barquisimeto (Lara-Venezuela) el 15/01/2023

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